Occidente

Mandalas en occidente

El círculo como imagen del pensamiento y sentimiento espirituales concentrados está omnipresente en la mística del cristianismo, como en la corona de espinas. Aparece en forma de rosetones y laberintos, y es una manera de conectar los puntos de la cruz, el símbolo básico. La propia cruz está fuertemente asociada con la idea de encrucijada en la que se concentra la energía esencial.
Hay ejemplos maravillosos en las catedrales góticas, en los cristales de roseta que atraen la vista y deslumbran induciendo una sensación de armonía, reverencia y exaltación. Las iglesias medievales europeas con frecuencia incorporaban un laberinto circular diseñado con mosaicos cerca de la entrada. Este mandala es una representación de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén. Los peregrinos moviéndose desde el exterior del laberinto avanzando lentamente hacia el interior se acercaban a la Jerusalén mítica, que es una metáfora de la unión con Dios. El mas conocido es el de la Catedral de Chartres.
Existieron en el catolicismo quienes buscaban comunicar una comprensión de Dios a través de mandalas, como Hildegard de Bingen.
La experiencia de la unidad esencial del cosmos y,
por tanto, de lo divino, es un concepto compartido por místicos de todas las grandes religiones del mundo.
Sin embargo, en los rituales de Occidente esa experiencia ha tenido un papel menor, seguramente por el papel de interposición de la Iglesia entre la persona y la experiencia directa de la iluminación.
Aún así, se pueden encontrar símbolos y arquetipos similares o equivalentes a los mandalas entre los cabalistas, los alquimistas y los practicantes de la tradición hermética.
A menudo esos gráficos muestran una voluntad de ir en pos de la Perfección, la Infinitud o lo Absoluto. O, como en Oriente: la Realidad última.
En todas las épocas han aparecido personas que buscaban una mayor presencia o afirmación del espíritu, huyendo de las frivolidades de la vida cotidiana convencional. En Oriente Próximo, la vía de los ascetas y las personas con una actitud de especial sensibilidad espiritual constituye una corriente conocida en el mundo islámico como sufismo.
Como camino espiritual, el sufismo —sufí significa «puro»— puede ser considerado como la esencia de la tradición islámica, en su vertiente más esotérica o interior. Su sentido último es la obtención de la Gran Paz: la presencia divina en el centro del Ser. Cosa que se encuentra siempre «más allá del espejo y más allá del dualismo del que no podemos escapar sobre la tierra».
Los maestros sufíes ponen de manifiesto, en un tiempo y en un lugar determinados, una manera de expresar lo que se conoce como «verdad universal »  a través de los senderos que aproximan al «conocimiento puro».
En su arte, y en el arte islámico tradicional, aparecen impresionantes muestras de «embriaguez  de lo divino». Parece que cada cenefa, fuga geométrica o derroche decorativo nos invitan a viajar directamente del centro al infinito y viceversa.

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